La lengua, compañera del Imperio
Hombre
de humilde origen, Nebrija se educó en Italia, especialmente en
Bolonia, donde asimiló las nuevas concepciones de la filología y
las nuevas técnicas de enseñanza que él implantó luego en su
patria. Entusiasta de todo lo relacionado con la antigüedad clásica,
exploró con espíritu de arqueólogo las ruinas de la Mérida
romana, e implantó en la Península los estudios helénicos. Nebrija
desarrolló su labor pedagógica en las universidades de Salamanca y
de Alcalá. Fue él quien dio el paso jamás soñado por los eruditos
hispanos: si el conocimiento del latín era expresable en una
gramática, no tenía por qué no serlo también el del castellano.
La importancia de Nebrija es
mucho mayor que la de un simple gramático. Junto con los sabios
italianos residentes en España y Portugal, él sentó en el mundo
hispánico las bases del humanismo, movimiento paneuropeo, búsqueda
colectiva del saber emprendida por un grupo numeroso de personas a
quienes unía el conocimiento de las dos lenguas internacionales, el
griego y el latín, de tal manera que entre el andaluz Nebrija y el
holandés Erasmo no había ninguna barrera idiomática.
La gramática en que Nebrija
puso debajo del arte (o sea, reducir su artificiosidad) la lengua
castellana acabó de imprimirse en Salamanca el 18 de agosto de 1492,
cuando Cristóbal Colón navegaba hacia lo aún desconocido. Tanto
más notable es la insistencia con que subraya el humanista, en el
prólogo, la idea de que “siempre la lengua fue compañera del
imperio”. Era imposible que le pasara por la imaginación lo que el
genovés iba a encontrar. En realidad, Nebrija pensaba en cosas más
concretas: en los primeros días de ese mismo año de 1492, los Reyes
Católicos habían recibido de manos del Rey Boabdil las llaves de la
ciudad de Granada, último reducto de los moros en España, y en la
corte se hablaba de la necesidad de continuar la lucha, quitándoles
tierra a los musulmanes en el norte de África, y seguir, ¿Por qué
no?, hasta arrebatarles el sepulcro de Cristo, en Jerusalén.
Cuando el manuscrito fue
presentado a la reina Isabel, después de hojearlo ésta preguntó:
¿Para qué puede aprovechar?. El reverendo obispo de Ávila, el
cardenal Francisco Jiménez de Cisneros se explayó explicando la
necesidad de tener una lengua que poder enseñar a todos los pueblos
bárbaros y naciones de peregrinas lenguas que caigan bajo el yugo de
Su Católica Majestad, para poder recibir la leyes que el vencedor
pone al vencido y con ellas nuestra lengua, tal como los ejércitos
romanos impusieron el latín a una España bárbara en que se
hablaban peregrinas lenguas.
Poco después, ese mismo año,
la vaga “profecía” imperial de Nebrija se convirtió en
inesperada y esplendorosa realidad. Pero no tuvo la misma suerte su
gramática, que no volvería a reimprimirse hasta muy entrado el
siglo XVIII, y lo fue por razones de mera curiosidad o erudición.
Extrañamente, a lo largo de los tres siglos de predominancia
española en el mundo fueron poquísimas las gramáticas que se
compusieron e imprimieron en España. Las publicadas en el extranjero
y destinadas a extranjeros fueron muchas.
Leido en: Antonio Alatorre. Los 1.001
años de la lengua castellana. FCE y Colegio de México. México
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