sábado, 8 de enero de 2011

La princesa de Éboli

Serie de Antena 3 en dos episodios.

Empezamos mal, vemos como dos criadas visten a la princesa, ¡de colores!, siendo viuda en la España del s. XVI (y de otros siglos) sólo podría vestir de negro, negro riguroso.

Joder, joder, joder. La princesa pasea por el jardín y ve a su hijo mayor, Rodrigo, justando con un amigo, criado o algo así. El hijo es peor con el florete y cae al suelo; por supuesto ella coge la espada y le da una buena lección a su hijo. Esto va muy mal.

Cuando era una niña, Ana de Mendoza, de los Mendoza de toda la vida, o sea, la flor y nata de la nobleza castellana, siempre quiso actuar como un chico, montaba a caballo, corría, y usaba la espada como cualquier paje de su edad. En un combate con un chico del servicio de su casa perdió el ojo derecho; esto ocurrió después de que se concertara su matrimonio con Ruy Gomes, un portugués secretario personal del joven Rey Felipe. Desde entonces, Ana no volvió a coger una espada. Por otro lado, su hijo mayor, Rodrigo, era como todos los nobles de su clase un practicante de la esgrima esmerado. Además de estar muy pagado de si mismo, ni a su madre ni a él se les ocurriría rectificarse delante del servicio. Sería un desdoro enorme para la imagen personal de cualquiera de ellos.

Por cierto, Belén Rueda lleva el parche en el ojo izquierdo, supongo que por problemas de equilibrio.

Ostia puta, el Antonio Pérez, ¡todo de negro!. Cuando en ésa época, y en cualquier otra, un recién llegado al servicio más alto del Rey tenía que mostrar con toda clase de lujos su nivel.
Antonio Pérez era el hijo bastardo de Gonzalo Pérez, uno de los secretarios del Rey Carlos, que llegaría al poder cercano de Felipe II gracias a su enorme capacidad de trabajo, y sus amplios conocimientos del mundo europeo de la época. Dio tantos y tan buenos servicios al Rey Felipe que éste hizo que las autoridades reconociesen a Gonzalo como padre legítimo de Antonio Pérez. Este era lo que entendemos por un lechuguino, algo afeminado en su rostro y en su vestir, siempre bien rasurado y con las ropas más caras que podía comprar en Francia e Italia. El actor que va de Antonio Pérez viste de negro, NO se inclina para saludar a la Princesa de Éboli frente a curiosos y criados, lleva barba y bigote y su media melena. A tomar por culo la cortesía y las normas sociales, en la rigurosa Castilla del XVI. Mal vamos.

Hasta aquí he llegado, qué caricatura de Felipe, medio mongoloide, comiendo y bebiendo de una forma extraña; ¡y compartiendo su pensamiento delante de los criados!. El rey Felipe II era el hombre más cerrado de la Cristiandad, nadie, y repito, nadie sabía nunca lo que estaba pensando. Hasta el momento que tomaba una decisión era el hombre más indeciso del mundo conocido.


He durado 7:45 minutos, esto es una novelita rosa con el Rey de malo. Que le den a Antena 3. No estoy dispuesto a perder mi tiempo con esta basura.

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