sábado, 15 de enero de 2011

Hacienda y la censura.

Si bien la censura se llevaba utilizando desde el inicio de la Guerra Civil como una herramienta más al servicio de la contienda , no sería hasta el 30 de abril de 1938 cuando se publique la Orden firmada en Burgos, un día antes, por Ramón Serrano Suñer cuya inicial aplicación en el ámbito territorial del bando sublevado, se extendería, a partir de abril de 1939, a todo el territorio nacional.

El ámbito objetivo del citado texto legal se limitaba a "la intervención del Estado sobre la edición y venta de publicaciones" (sic) en la práctica se extendió a toda manifestación artística o creativa, con especial incidencia - dada su popularidad y alcance - sobre obras teatrales y cinematográficas

En lo que respecta a las obras teatrales, la Junta de Censores previa debía juzgar el "Mensaje" de la obra desde dos aspectos: "Matiz político" y "Matiz religioso"· Es fácil colegir que el control sobre las obras teatrales era, al menos en los dos aspectos citados, poco menos que férreo.

Y aquí empieza nuestra anécdota:

Edgar Neville fue un hombre( en todos los sentidos de la palabra) inabarcable, dada la enorme envergadura de su físico y de su talento: diplomático de profesión: cineasta capaz de filmar películas tan sorprendentes e imaginativas como La torre de los siete Jorobados o Domingo de Carnaval; escribir teatro tan delicioso como La vida en un hilo o El baile y novelas tan inclasificables como Don Clorato de Potasa. Siempre escapó de irritantes encajonamientos o banales categorías ganándose, en un país como España, tan dado a las etiquetas, el desdén ( y el halago) de ser considerado un excéntrico. No creo que le disgustase.

El Baile, la citada obra de teatro , fue su gran triunfo en las tablas. La historia de un triángulo amoroso (institución a la que el autor fue muy aficionado a usar como tema dramático y a practicar en su vida privada) que pervive inalterable en el tiempo alcanzó cientos de representaciones. Animado por el éxito, Neville siguió su costumbre de tirar el dinero, financiando dos arriesgadas producciones cinematográficas : Duende y misterio del flamenco (1952) y La ironía del dinero (1955) que, naturalmente, le arruinaron.

Inasequible al desaliento, escribió Alta Fidelidad en 1955, una obra de teatro que le permitiría reponerse financieramente. La obra que en palabras de su autor llevaba a escena "un tema del día, que es la lucha del hombre con los impuestos y la lucha del hombre sosegado contra la divinización del trabajo" convertía el tradicional triángulo nevilliano - formado, en esta ocasión, por Fernando (un señorito haragán); Timoteo (su ejemplar e irónico mayordomo) y Elvira ( una ociosa y despreocupada dama - en cuarteto, al añadir a Rodríguez , un Inspector de Hacienda.

El motor de la trama es el súbito enriquecimiento de los cuatro personajes de la obra, gracias a un billete de lotería y la tragedia que les cae encima al tener que trabajar para que su fortuna crezca y se multiplique. La obra, claro, es una comedia de evasión, plagada de enredos y equívocos, narrados con la agilidad y el humor fino y absurdo característicos de Edgar Neville.
Un entretenimiento, en principio, inocente, amable y bienhumorado; en suma, atractivo para el gusto del público de los años 50 que, previsiblemente, abarrotaría el patio de butacas haciendo saludables taquillas.     

Así las cosas, es aún más sorprendente que, sin poder acogerse a los criterios religiosos o políticos que marcaban los criterios censures fuera, en 1956, el Ministerio de Hacienda quien, excepcionalmente, censurase Alta fidelidad , por, de acuerdo con el fiero censor Don Gumersindo Montes Agudo: "atacar a los Ministerios de Hacienda y Comercio con un tono de ironía cruel y desgarrada".

Neville no dejó que la cosa quedase ahí, y solicitó una audiencia con Francisco Gómez del Llano (por aquel entonces, Ministro de Hacienda) a quien leyó la obra en una reunión privada. El Ministro, en palabras de Neville : "..comprendió que mi comedia no iba a destruir el Estado español, ni siquiera el Ministerio de la calle de Alcalá..." y, en ese clima de buen entendimiento, solo se cayó (como se dice en argot teatral) una escena que el autor describió así:" ... no le gustó, una escena final, que a mi me parecía muy graciosa y, que era cuando al antiguo Inspector de Hacienda le ha tocado a la Lotería el Gordo de Navidad y deja el cargo para convertirse en capitalista y defenderse él a su vez y a sus compañeros de fortuna de las asechanzas del Fisco; era en esa escena cuando a mí se me había ocurrido que le visitase un inspector de una promoción más reciente que la suya y que, por tanto, no le conocía. El duelo entre esos dos inspectores de Hacienda que se sabían todos los decretos, todas las reales órdenes, todas las disposiciones de memoria, era muy teatro clásico, muy molieresco pero él no opinaba igual ..."

Una vez reescrita la escena, la obra no tardó en obtener el ansiado nihil obstat aunque no fuera ese el final de las desventuras de la obra. A pesar de éxito de El baile , la nueva obra fue rechazada por luminarias de la escena como Rafael Ribelles, Alberto Closas y Conchita Montes. Tras varias negativas la obra se estrenó en teatros secundarios en diciembre de 1957, con un éxito mucho menor al previsto.

Aunque Alta fidelidad lograse sortear la insólita y excepcional incursión del Ministerio de Hacienda en las artes censoras , no pudo sobrevivir a la cruel y siempre vigente censura del mundo del espectáculo - imposible de derogar o corregir por ley o decreto: la que ejercen la indiferencia del empresario y el desdén del público.

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