sábado, 11 de diciembre de 2010

El primer negro en Norteamérica

Alvar Nuñez Cabeza de Vaca y Estebanico el Negro

Con cargo de tesorero y alguacil mayor, Cabeza de Vaca partió en 1527 de España en la expedición capitaneada por Pánfilo de Narváez con destino a las costas de Florida. Seiscientos hombres y cinco naves componían la empresa, cuya intención era poblar las tierras de la desembocadura del río de Las Palmas. Tras poner pie en el continente y mantener duros enfrentamientos con los naturales, el grupo se aventuró hacia el interior atravesando pantanos, ciénagas y espesuras boscosas casi infranqueables. Al no hallar un lugar idóneo en el que asentarse iniciaron el regreso a las naves que habían dejado ancladas en la bahía de Tampa. Pero ya no estaban, habían desaparecido.

Con cueros de caballo construyeron unas rudimentarias y frágiles embarcaciones con las que intentaron llegar al golfo de México, pero una tormenta descomunal empujó las naves artesanales hacia la costa y las hizo naufragar.

En este momento comienza una de las mayores epopeyas americanas, la que protagonizaron hasta 1536, cuatro hombres: el propio Cabeza de Vaca, Andrés Dorantes de Carranza, Gonzalo de Acosta, y el negro Estebanico (el primero de esa raza que vieron los indígenas del norte de América). Permanecieron durante 9 años en compañía de distintos grupos, en calidad a veces de cautivos, otras de amigos y algunas de aliados o curanderos, puesto que Cabeza de Vaca, que tenía vagos conocimientos de medicina ganó fama como sanador y también como taumaturgo hacedor de milagros, ya que envolvía sus prácticas curativas con rituales basados en la invocación a la Virgen María, la práctica de signos de la cruz sobre el enfermo o el soplo de algún tipo de “mágico” aire.



Así anduvieron a lo largo de casi 20.000 km vagando sin rumbo por Texas, por las áridas mesetas de Chihuaha y Sonora o remontando el río Grande hasta El Paso. Por fin, una patrulla española que merodeaba a la caza de esclavos fugitivos los localizó en las cercanías de San Miguel de Culiacán, en la costa mexicana del océano Pacífico. Su aspecto era desastroso, pero estaban vivos.

El relato de aquella odisea quedó plasmado en el célebre libro “Naufragios y comentarios”, escrito por el propio Cabeza de Vaca, que llegó a impulsar con brío el interés de las autoridades por aquellos territorios del norte continental, donde se creía estaban las míticas Siete Ciudades de Cíbola.

El negro Estebanico reincidió en sus viajes. Esta vez, como guía conocedor del territorio, acompañó a la expedición de fray Marcos de Niza en la búsqueda de las míticas Siete Ciudades de Cíbola. Partieron de Sinaloa en abril de ese mismo año de 1536, y recorrieron los actuales estados de norteamericanos de Arizona, Nuevo México, Colorado, Texas, Oklahoma y Kansas. Por fin, en junio de 1539, llegaron a las proximidades de una aldea de los indios Zuñí, en Nuevo México, donde suponían que se hallaba una de las ciudades de Cíbola. Allí encontró la muerte el negro Estebanico, al sobrepasarse con las mujeres indígenas, revolucionadas por el color de su piel. Otras crónicas dicen que las mujeres lo ocultaron de los españoles y vivió largos años casado con cuatro o cinco de ellas.

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