lunes, 25 de octubre de 2010

La Armada española y la guerra de la independencia de las Trece colonias

Es un tema especialmente atractivo la cooperación prestada por España a los sublevados contra Inglaterra en su lucha por la independencia, siendo un aspecto muy importante, y poco conocido, la participación de la Armada española.

El 3 de abril de 1779 el gobierno español hacía llegar al de Gran Bretaña un documento que constituía un verdadero ultimátum. La Corte de Madrid partía del convencimiento de que la Corte de Versalles, vigente el Tercer Pacto de Familia, había de respaldarla si llegaba el caso. Lo cierto sería, sin embargo, que a España tocaría la carga más pesada en el mar y que la ayuda francesa llegaría casi siempre a destiempo.

El 12 de abril se firmó un acuerdo secreto por el que ambas Cortes se ponían de acuerdo para entrar en guerra con la Gran Bretaña si ésta no aceptaba las explicaciones y medios de pacificación propuestos por el Rey Católico. El 4 de mayo el gobierno inglés comunicó que las proposiciones españolas eran inadmisibles ya que entrañaban la independencia de las trece colonias.

La primera maniobra de los aliados contra la Gran Bretaña fue un intento de desembarco en las costas de Falmouth y Cornualles. Había 40.000 soldados franceses en Dunkerque prestos para embarcar y cruzar el Canal. Pero se intentó tarde y un fuerte temporal impidió que los franceses no pudieron embarcar.

La armada española, al dar por finalizada la campaña de ese año, se dirigió a sitiar Gibraltar, aunque sin el éxito apetecido; después, este núcleo de la escuadra ancló en Cádiz el 30 de diciembre de 1779.

El resto de la armada que había recalado en Brest junto a los franceses recibieron la orden de interceptar un convoy que llegaba desde el norte de América. Después de varias semanas en el mar jugando al gato y el ratón, el convoy consiguió arribar a puertos ingleses.

Al año siguiente, partió una flota desde las costas españolas: seis navíos y dos fragatas. Transportaban un tren de artillería de campaña y ocho mil hombres de infantería, además de dos regimientos para Puerto Rico y La Habana. Su misión era hostigar a los ingleses en el Caribe para que no pudieran mandar tropas hacia el norte del nuevo continente. Los ingleses, al mando del almirante Rodney, intentaron interceptar a los españoles antes de que se unieran a los franceses en la Martinica; pero fueron burlados por “el feliz ardid” realizado por el insigne marino D. José Solano. Después de dedicar unos días a la curo de los enfermos y la reorganización de la expedición, se dirigieron a La Habana, donde fondearon; desde allí se envió a Guatemala y Méjico, bajo escolta, los buques a ellos destinados. Todos arribaron sin novedad, por lo que la misión confiada a Solano concluyó con toda felicidad y sin estorbos ingleses.

Estos movimientos de la flota hispana por el Caribe motivó que los ingleses tuvieran que aliviar la presión sobre los coloniales sublevados. Esta contribución fue justamente valorada por Carlos III, quien concedió a Solano los títulos de Marqués del Socorro y Vizconde del Feliz Ardid.

Ya estacionado en La Habana, pudo Solano ponerse a las órdenes del gobernador de Luisiana, D. Bernardo de Gálvez y colaborar con él en la toma de Pensacola, la más espectacular victoria española en colaboración con los rebeldes.

El 16 de octubre de 1780 zarpó la flota desde La Habana, compuesta por once navíos de guerra y 51 embarcaciones con 169 oficiales y 3.822 hombres. Un terrible huracán desperdigó a la flota por todo el Seno mejicano. Las naves volvieron a La Habana para reagruparse. El día 11 de marzo de 1781, un nuevo intento hizo que los buques de Gálvez se encontraran a la entrada de la bahía de Pensacola, después de haber tomado la isla de Santa Rosa. Aquí se produjo uno de esos momentos cumbres de la Historia de España: las defensas artilleras de los ingleses eran imponentes, el responsable de la armada española, el almirante D. José Calvo, creía que sería una locura intentar avanzar pues los barcos españoles no podrían desarrollar todo su potencial de fuego mientras pasaban bajo las defensas exteriores. Entonces el gobernador D. Bernardo de Galvez ordenó a su bergantín personal izar su enseña y embocar hacia la bahía. Fue digno de ver, un pequeño bergantín con todo el trapo arriba y flameando la enseña personal del Gobernador de Luisiana metiéndose en la boca del perro inglés. Los distintos capitanes de los navíos, al ver esa muestra de valor personal, desobedecieron los frenéticos intentos del almirante por retenerlos, levaron anclas y se introdujeron en la bahía bastante por detrás del bergantín del Gobernador. Ninguno de los barcos fue alcanzado en su avance. Se pudo desembarcar a la tropa para asediar Pensacola.
El rey D. Carlos III concedería a D. Bernardo de Gálvez el motto: “Yo Solo” que hasta la actualidad campea en el escudo de los Gálvez.

Gálvez siguió recibiendo refuerzos, pudo contar con 7.000 hombres de tierra. Tras casi un mes de estudiar la situación y de construcción de las oportunas trincheras, un proyectil español acertó el 8 de mayo con el polvorín del fuerte del Sombrero, originando una potente explosión. Gálvez que estaba de gira por las trincheras aprovechó la situación ordenando un ataque por las brechas abiertas. A las tres de la tarde, el general Campbell izó la bandera blanca de rendición

La caída de Pensacola supuso un grave contratiempo para la causa inglesa en Norteamérica y ocasionó una gran satisfacción y alivio a los fatigados ejércitos de Washington.

Cuando terminada la guerra de Independencia se realizó el desfile de la victoria, a la derecha del General George Washington iba el héroe D. Bernardo de Gálvez.


Para saber más:
http://www.uco.es/~l52caarf/frame.html
http://www.asociacionbernardodegalvez.es/index.php

martes, 19 de octubre de 2010

Toledo, el lado oscuro

Se dice que Toledo, crisol de culturas y centro de la intelectualidad europea durante siglos, tuvo dos escuelas, la de Traductores y la de Nigromancia. Sobre esta segunda los datos son demasiado parcos.

Para los ilustrados, las artes mágicas no eran sino la conjunción de la vanidad de unos pocos con la ignorancia de muchos, no habiéndose probado la existencia de algo que tuviera que ver con esta artes, aunque fuera remotamente, la práctica de la magia era un sambenito con el que España en general, y Toledo en particular, había tenido que cargar.

La leyenda de Toledo como lugar destacado en la transmisión de dichas artes habría sido una consecuencia de la fama alcanzada por la Escuela de Traductores, cuyas enseñanzas estaban mal vistas por buena parte del clero y del pueblo llano. La Escuela de Nigromancia sería el imaginado lado oscuro y esotérico de la actividad científica de la de Traductores, a la que árabes, judíos y cristianos acudían para empaparse de los saberes de la Antigüedad; la interpretación heterodoxa y mágica de las enseñanzas científicas que en ella se impartían.

Las primeras referencias literarias acerca de la difusión de la nigromancia desde la ciudad del Tajo no sólo fueron tardías, sino que coincidieron en buena medida con esta espléndida época en la que, especialmente bajo el reinado de Alfonso X el Sabio, la ciudad se convirtió en la meta de la intelectualidad europea. Dichas referencias no fueron escritas en la Península sino más allá de los Pirineos, siendo sobre todo religiosos cistercienses los artífices de las mismas, reticentes ante los avances científicos e interesados en desacreditar las enseñanzas que se impartían junto al Tajo.

Por tanto, más que una realidad la magia toledana fue originariamente el fruto de una literatura tendenciosa y difamatoria. Incluso en los “Hechos de los obispos de Halberstad”, obra de comienzos del s. XIII que recoge la primera referencia conocida en este sentido, se mantiene que le papa Gregorio VII aprendió magia cerca de Toledo, algo inverosímil, si tenemos en cuenta que el personaje nunca estuvo en la Península ibérica.

Antes que él, en la obra de Guillermo de Malmesbury “Gesta Regum Anglorum”, del s. XII, se recoge que el sabio francés Gerberto de Aurillac, considerado un esotérico, había aprendido magia en Barcelona y Córdoba, alcanzando el papado bajo el nombre de Silvestre II gracias a un pacto con el diablo.

Sería con obras posteriores como “El conde Lucanor” de don Juan Manuel, en el que se cita a un supuesto don Ylán, gran maestre en ciencias ocultas cuya mansión se ubicaba bajo las aguas del Tajo, las que magnificaron y difundieron el componente mágico atribuido a Toledo.

Por su proximidad al inframundo, las cuevas, sótanos y subterráneos en general se convirtieron en los lugares más apropiados para los nigromantes. La cueva más famosa en Toledo era la llamada “Cueva de Hércules”, aquella en que el diablo asentó sus reales para enseñar a moros y judíos.

La cueva siguió siendo muy famosa, tanto que en 1546 el cardenal Silíceo promovió su exploración. Varios hombres entraron en ella con antorchas, después de estar todo el día explorándola salieron al exterior, según diversas versiones, con los rostros demacrados o, en el peor de los casos, enfermaron y murieron rápidamente.

Más tarde, el famoso e infamado Marqués de Sade recogería en un cuento “Rodrigo o la torre encantada”, versión libre de una de las principales leyendas sobre la pérdida de España; la historia de la cueva, bajo la iglesia de San Ginés donde había una puerta con mil cerraduras puestas por los distintos reyes de España. El rey Rodrigo hace abrir la puerta, después de recorrer múltiples estancias; e incluso pasar por el infierno, llega ante un lienzo con guerreros árabes pintados junto con una leyenda que dice: “Cuando este paño fuere extendido y aparecieran estas figuras, hombres que andarán así vestidos, conquistarán España y serán de ella señores.”

lunes, 18 de octubre de 2010

Los primeros turistas en España

En las postrimerías del segundo milenio a.C., los mercaderes asentados en la franja costera del Líbano deciden ampliar sus redes mercantiles y se hacen a la mar hacia occidente a la conquista no ya de países para fundar un imperio, sino de nuevos mercados. De las navegaciones de tirios y sidonios, a los que los griegos conocían con el nombre de phoinikes (fenicios), así como de las que posteriormente llevaron a cabo los griegos, tenemos numerosos testimonios en la literatura griega.

Prescindiendo de las interpretaciones de los poemas homéricos, en los que el mito se confunde con la realidad, tal vez la principal fuente sea Estrabón, quién en el libro III de su Geografía, dedicado a Iberia, se refiere con frecuencia a las fundaciones y comercio de los fenicios en España. Estrabón dedica íntegro el capitulo quinto de este libro a narrar la fundación de Cádiz por los fenicios.

Las hazañas de los fenicios no nos han llegado por relatos de sus gentes; no hay cronistas de la época que narren sus gestas. Su objetivo fue el comercio; no existe otro pueblo en la antigüedad que haya tenido la audacia marinera de los fenicios. Los fenicios abrieron el camino hacia el Mediterráneo occidental con un comercio marítimo activo, no sólo con sus famosos tejidos purpurados, sino que dieron a conocer el vidrio, crearon una poderosa industria metalúrgica, tallaron el marfil y fueron excelentes orfebres. No nos dejaron escritos sus hechos, pero sí nos legaron un alfabeto (al que los griegos añadieron las vocales), con el que los hombres de la actualidad pueden contar su historia.

La expansión fenicia hacia occidente comienza hacia el siglo XII a.C. Destruida la talasocracia minoica y perdida la hegemonía de Mecenas, los fenicios pusieron proa a occidente y, tras atravesar las Columnas de Hércules, fundaron Gañir hacia 1.100 a.C, al tercer intento, los dos anteriores fueron Sexi (Almuñecar) y Onoba (Huelva). En Ibiza se establecieron hacia 654 a.C.. La ocupación de Ibiza es altamente significativa para el control del mar y de las rutas comerciales a los puertos españoles, ya que la posesión de Cádiz, Ibiza, suroeste de Cerdeña y oeste de Sicilia, constituía una infranqueable barrera protectora de las aguas limítrofes de la costa africana.

Los fenicios en general, y los marinos de Tiro y Sidón en particular, eran poco proclives a escribir acerca de sus naves y ocultaban celosamente las rutas por las que navegaban. Sabemos que los fenicios encontraron en España grandes riquezas metalíferas, especialmente oro, plata, cobre y hierro. Diodoro Sículo nos dice: “desconociéndose el uso de la plata entre los nativos, los fenicios llevándola a la Hélade (Grecia), a Asia y a todas las demás naciones, obtuvieron grandes riquezas. A tal avidez de ganancias llegaron los traficantes que, cuando una vez ya cargados los barcos había aún gran exceso de plata, cortaban el plomo en las anclas y tomaban la plata a cambio del uso del plomo”. Se dice que fue tanta la plata llevada desde España, que en los mercados de Oriente la relación oro-plata bajó de ½ a 1/13.

Para los fenicios tuvo tanta importancia el estaño como la plata. Los tirios y sidonios habían tenido conocimiento no sólo de las riquezas estanníferas de España, sino de su obtención a través del comercio con las Casitérides, o islas del Estaño, con las que comerciaban los primitivos españoles, ya que el objetivo de los fenicios era conseguir el monopolio del estaño.

Otro lugar importante en el comercio hispano-fenicio lo ocupó la pesca y las salazones. El atún y las especies afines eran capturados por los pescadores en toda la costa del sur y sureste peninsular, y tenían una gran aceptación entre los fenicios, y mucho más importante fue la exportación de las salazones, especialmente el famosísimo “garum”. Existían industrias de salazón en Cádiz, Bailón (Bolonia, cerca de Tarifa), Carteia, Malaka, Sexi, Abdera y Cartagena. El “garum” se hacía a base de los intestinos, gargantas, fauces y demás restos del atún, la murena o el esturión. Todo junto se dejaba en salmuera y al sol durante dos meses. Luego se usaba como salsa para acompañar las carnes y legumbres.

Siglos más tarde fueron los griegos quienes navegaron hacia España, y nuevamente es Estrabón quien nos da noticia de sus viajes, los rodios fundaron la ciudad de Rosas. De Heródoto nos llegan noticias de los barcos que usaban los focenses: No navegaban en naves redondas (buques mercantes), sino en pentekontoroi (naves de guerra de cincuenta remos).
Los primeros navegantes griegos llegaron a España entre los años 700 y 650 a.C., eran los caldicios de Calceis, en las isla de Eubea, la mayor del Egeo; los rodios, de la isla de Rhodas, y los focenses, de Focea, una ciudad costera de Asia Menor. Venían atraídos por el renombre de las riquezas metalúrgicas de la Península. A mediados del siglo VII a. C. se produce una revolución en el mundo comercial, sujeto hasta entonces al trueque: la aparición de la moneda, inventada por los griegos. Es en este hecho donde podemos encontrar una explicación de la presencia griega en el mundo tartésico, concretamente en Huelva, que por su riqueza minera era un gran núcleo comercial del mundo tartésico. Los últimos trabajos arqueológicos fijan la fecha de la llegada de los primeros griegos a España hacía el 630 a. C.

jueves, 14 de octubre de 2010

Historias del dia a dia

Uno de los objetos más utilizados de manera cotidiana en los últimos cien años ha sido la humilde cerilla.

Hasta épocas recientes, el fuego se lograba al golpear un eslabón de hierro contra un pedernal, lo que producía la chispa que prendía la yesca, pero a principios del s. XIX comenzaron a buscarse alternativas para este sistema.

En 1812 se probó una pajita impregnada de azufre y cubierta con una cabeza compuesta de clorato potásico y azúcar. Para que esta rudimentaria cerilla prendiera, era necesario que entrase en contacto con un concentrado de ácido sulfúrico contenido en una botellita de amianto.

Como casi todo en el mundo de la ciencia, la casualidad hizo que en 1826 el farmacéutico inglés John Walter, mientras experimentaba con la fabricación de explosivos, observase que una gota se había quedado solidificada en el extremo de un palito de remover. Para eliminarla, la frotó enérgicamente contra el suelo de piedra y, repentinamente, ardió: había nacido la cerilla de fricción.

Sin mucho éxito intentó comercializar una mezcla compuesta por sulfuro de antimonio, clorato de potasio, goma y almidón, acompañada de un pedazo de papel de lija doblado. No lo patentó y sí lo hizo Samuel Jones, quien comenzó a comercializarlas con el nombre de Lucifers. Este nombre comercial en los países anglosajones se convirtió en un sinónimo de cerilla

El siguiente paso consistió en sustituir el sulfuro de antimonio, que olía realmente mal, por fósforo blanco, se hizo en 1830. A pesar de que el fósforo blanco es altamente tóxico para el ser humano.

A partir de 1844, dos químicos suecos desarrollaron los fósforos de seguridad, incluyendo el fósforo rojo en lugar del blanco, ya que aquel no es tóxico aunque sí prohibitivamente caro. Al año siguiente se consiguió la sintetización del fósforo rojo amorfo lo que permitió, diez años después, comenzar la producción masiva de estas cerillas, las cuales recibieron un premio en la Exposición Universal de París de 1855.

Faltaba un paso más, la superficie de frotación, en 1898 dos químicos franceses sintetizaron el sesquisulfuro de fósforo, lo que permitió desarrollar unas cerillas que no prendía de manera espontánea, que no eran venenosas y que al frotarlas contra una superficie rugosa entraban en combustión. Nuestros actuales fósforos.

domingo, 10 de octubre de 2010

Pánfilo de Narvaez

En 1519 Hernán Cortés había dejado de acatar las órdenes del gobernador de Cuba Diego Velázquez y actuaba por su cuenta. Velázquez decidió entonces enviar una expedición de castigo contra el general y eligió para ello a uno de sus más fieles colaboradores, Pánfilo de Narváez, que había participado en la conquista de Jamaica y con gran mérito en la de Cuba. Con diecinueve naves y más de mil hombres se dirigió hacia México, pero Hernán Cortéz puesto sobre aviso, lo enfrentó, lo capturó y lo tuvo preso dos años en Veracruz.

Al ser puesto en libertad, primero se dirigió a Cuba y más tarde siguió hasta España para quejarse ante el Emperador Carlos V del comportamiento de Cortés y, de paso, obtener una capitulación para la Florida. Designado como adelantado de aquel territorio organizó una expedición de cinco naves y seiscientos hombres que partió de Sanlúcar en 1527 y no llegó a su destino hasta un año después, debido a que una tormenta huracanada produjo serios daños a algunas embarcaciones. Al poco de tomar tierra, Narváez y sus trescientos compañeros fueron hostigados por los indígenas, pero lograron llegar a los montes Apalaches.


De vuelta al fondeadero donde había dejado los barcos, se encontraron con questos habían desaparecido y, dada la delicada situación de una tierra en la que no había oro pero sí nativos dispuestos a continuar una guerra cruel, Narváez decidió regresar a Cuba; para ello construyó unas rudimentarias barcas con las pieles de los caballos. Nuevamente los vientos enfurecidos los arrojaron hacia la costa. Pánfilo de Narváez murió tragado por las aguas en el año de 1528. Sólo sobrevivieron cuatro hombres, uno de ellos fue el primer negro en América del Norte, Estebanico; otro, también muy conocido, fue Alvar Nuñez Cabeza de Vaca.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Te llamarás “Pacífico”

En 1510, Vasco Núñez de Balboa había participado en la fundación de la primera ciudad española en la América continental: Santa María la Antigua del Darién. Había llegado hasta allí con la flota de Fernández de Enciso, encargado de buscar a Alonso de Ojeda y los suyos. Núñez de Balboa no podía participar en esta expedición por sus múltiples deudas en La Española, así que se coló como polizón. Fue descubierto en alta mar por el propio Fernández de Enciso quién estuvo a punto de abandonarlo en una isla desierta.

Cuando llegaron a tierra constataron que los rumores sobre etnias guerreras que usaban flechas envenenadas era totalmente cierto. Núñez de Balboa convenció a Fernández de Enciso de buscar hacia el norte donde poner pie a tierra firme. El primer alcalde fue el propio Enciso pero, por su excesivo reglamentarismo, fue sustituido por el propio Núñez de Balboa, quién ejerció el cargo desde 1510 hasta 1514. Más tarde el virrey Diego Colón lo nombró gobernador del Darién.

A esas alturas, convertido en experto explorador de la frontera caribeña, Balboa inició su penetración en el istmo panameño. En contacto con las etnias locales oyó hablar por primera vez de la existencia de un mar hacia el sur, quizás el ansiado paso, siempre esquivo, hacia Asia y la Especiería.

Mandó a Pedro de Valdivia a informar al virrey Colón de aquellas noticias y solicitarle efectivos para acometer la empresa, pero Valdivia naufragó y hubo de esperar hasta 1513, cuando 400 hombres arribaron a Santa María desde La Española.



Balboa partió en busca del mar del sur en septiembre de ese año, cruzando territorios de varias etnias diferentes y después de atravesar los ríos Chucunaque y las sabanas cercanas, divisó desde un alto el oceáno Pacífico, así llamado por lo calmado de sus aguas.

Hizo detenerse a quienes le acompañaban y se dirigió, solo, hacia la orilla de lo que luego se llamó golfo de San Miguel. Tras tomar posesión, volvieron por un camino distinto. En Santa María, fue informado de que Pedrarias Dávila había sido nombrado gobernador del Darién, Balboa fue nombrado adelantado del Mar del Sur, con la misión de explorar ese nuevo mar. Después de diversas penalidades, incluso fue encarcelado acusado de rebelión y conspiración, llegó a Isla Rica, cuyos tesoros ya habían sido recogidos.

Al volver al golfo de San Miguel, se enteró que el nuevo gobernador era Lope de Sosa, Balboa se apresuró a fundar una villa desde la que partiría, esta vez hacia las tierras ricas del Perú, de las que había oído hablar a caciques locales. Pedrarias, aún al cargo ante la incomparecencia de Sosa y enterado de estos planes, levantó un proceso legal contra Balboa, al que acusaron de traición al gobernador y al rey, de dar falsos informes, de haber actuado con mala intención, de maltrato a los indígenas y de haber preparado un plan para hacerse independiente en el mar del Sur, acusaciones falsas por las que fue condenado a muerte y ejecutado en enero de 1519. Tenía 44 años.

viernes, 1 de octubre de 2010

Una muerte terrible

En septiembre de 1185 el emperador bizantino Andrónico Comneno había sido víctima de un destino particularmente horripilante; al final del golpe palaciego que le arrebató el poder, fue atrapado por quienes apoyaban a Isaac Ángelo, encerrado en prisión y torturado de forma grotesca.

Sus captores le sacaron un ojo, le arrancaron los dientes y la barba y le cortaron la mano derecha. Luego, se le hizo desfilar por las calles de Constantinopla a espaldas de un camello sarnoso para que se enfrentara a la ferocidad y el rencor de la turba.

Algunos le arrojaron excrementos humanos y de animales, otros le tiraros piedras y una prostituta vació sobre su cabeza un tiesto repleto de su propia orina. Una vez en el foro, fue colgado cabeza abajo y le cortaron los genitales. Algunos de los que estaban entre la multitud le hundieron sus espadas en la boca y otros entre sus nalgas, antes de que, por fin, el depuesto emperador expirara.

Con seguridad una de las muertes más públicas y atroces de toda la Edad Media.