miércoles, 29 de septiembre de 2010

Camino a Trafalgar

El tratado firmado entre España y Francia el 19 de octubre de 1803 hizo a nuestra nación subsidiaria de la de Napoleón al facilitarle recursos de guerra y comprometió la neutralidad española, con lo que se justificó en cierto modo la actitud beligerante inglesa del año en curso. Esta contribución se vio incrementada al entrar en guerra. 1804, con la firma en París del Tratado Secreto, por este, nuestro país se comprometía a armar tres escuadras que estarían dispuestas en los primeros meses del 1805 en El Ferrol, Cádiz y Cartagena.

Los planes de guerra naval perseguían un interés exclusivamente francés y estaban basados en la consecución de un objetivo terrestre: situar los ejércitos napoleónicos en las islas Británicas mediante un desembarco. Nuestra subordinación era total, además de aportar 30 navíos aceptábamos la imposición de un almirante francés, Villeneuve.

Es aquí donde hay que buscar una parte del fracaso táctico de nuestra Marina, sin que sea un eximente. El error fundamental está en la estrategia marítima de Napoleón, al tratar de evitar el combate naval decisivo para obtener un dominio marítimo circunstancial, que facilitase el desembarco.

Su planteamiento estratégico se basaba en una maniobra de diversión en la que una escuadra franco-española se dirigiría a las Antillas con intención de atacar las posesiones inglesas, dividiendo así a las fuerzas navales británicas, posteriormente se intentaría obtener un dominio marítimo en la zona del Canal de la Mancha, concentrando en estas aguas grandes efectivos navales.

Según las órdenes de Napoleón, lo que interesaba era asegurar la posesión de las islas francesas de las Antillas y atacar a las inglesas que fueran susceptibles de conquista, mientras que se esperaba la unión de la escuadra de Rochefort con los españoles de El Ferrol al mando del general Grandallana y la división francesa surta en este puerto, para que juntas arrumbasen a Brest para romper el bloqueo inglés y con todas las fuerzas, reunidas bajo el mando de Villeneuve, recalasen en Boulogne donde recibirían órdenes directas del Emperador. Mientras, las armadas de Cádiz y Cartagena mantendrían a las otras flotas inglesas ocupadas en sus respectivos teatros de operaciones.

Pero el almirante francés era un pusilánime: el 8 de junio, en ruta a la isla Barbuda, las fragatas francesas descubrieron un convoy inglés al que se le dio caza, apresándose quince buques. Este convoy se había hecho a la mar desde la isla Antigua, rumbo a Inglaterra, al conocer la llegada de Nelson a las Antillas, en persecución de la escuadra aliada.

Esta noticia produjo un cambio radial en las operaciones: Villeneuve se dirigió a El Ferrol para evitar un posible encuentro con la escuadra de Nelson, con lo que no se efectuó el ataque a Barbuda, ni los que se pensaban llevar a cabo contra las posesiones enemigas en las Antillas.

La escuadra combinada con destinoa El Ferrol fue interceptada por la inglesa del almirante Calder, al noroeste del cabo Finisterre, el 22 de julio; se entabló combate en medio de una gran niebla y en él fueron rendidos y apresados dos navíos españoles. El resto de la escuadra arrumbó a Vigo, donde 3 navíos, dos españoles y uno francés, fueron excluidos con lo que quedaron sólo dos navíos, el Argonauta y el Terrible, para unirse al resto de la flota en El Ferrol el 2 de agosto, bajo el mando de Gravina.

La flota sale de El Ferrol y se dirige a Cádiz, olvidándose del plan inicial de romper el bloqueo inglés sobre Brest pues los navíos franceses de este puerto no hacen nada por enfrentarse a los ingleses. El Príncipe de la Paz ordenó a la flota de Cartagena que se dirigiera a Cádiz, con la idea de bloquear Gibraltar y propiciar un golpe de mano sobre dicha plaza para destruir un convoy inglés fondeado en su puerto. Pero, entre el bloqueo que sufría el puerto de Cádiz y que llegaron órdenes de Napoleón, la escuadra de Cartagena no se unió a la de Cádiz; sus órdenes serían realizar un crucero por el norte de África capturando todo navío inglés que pudiesen encontrar en su periplo.

La armada de Cartagena nunca recibió esta orden de operaciones ya que se decidió la salida de la escuadra combinada de Cádiz el día 19 de octubre de 1805, formada por 32 navíos, de los cuales 15 eran españoles, con rumbo al Mediterráneo.


Lo que pasó ante el cabo Trafalgar el 21 de octubre es ampliamente conocido.


Cuando el Emperador, iniciada la campaña en las Antillas y el Mediterráneo, comprende su error y la necesidad de batir decididamente a las fuerzas navales británicas, ya era tarde y tanto Finisterre, pequeña derrota táctica, como Trafalgar, gran derrota estratégica, salvan a Inglaterra de la invasión napoleónica.

La política general de España en este año de 1805, como en los precedentes, fue un devaneo continuo que convirtió a España en un juguete, no sólo de los grandes intereses de otras naciones, sino de personajes de tercer orden, de pequeñas intrigas y de la más inconcebible incapacidad de nuestros Gobiernos.

La Armada española moriría de abandono; con sus barcos hundidos, no precisamente en Trafalgar, donde sólo se perdieron diez, cinco en combate y cinco como consecuencia del temporal que siguió a éste, sino años más tarde en nuestros arsenales por falta de carena, decepcionados sus hombres por la incomprensión y el olvido de su propia nación

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